Título: Los restos del día (original en inglés: The remains of the day)
Autor: Kazuo Ishiguro
Traducción: Ángel Luis Hernández Francés
Año: 1990 (original: 1989)
Editorial: Anagrama
Páginas: 251
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Pongo la portada original porque
para variar la de la editorial Anagrama
me horroriza profundamente.
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Los restos del día (también conocida como Lo que queda del día) es probablemente la novela más conocida de Kazuo Ishiguro, novela que le reportó el premio Booker Prize en 1989, año de su publicación.
La novela está narrada desde el punto de vista de Stevens, un viejo mayordomo inglés que aprovecha un viaje de varios días para contar su historia y reflexionar sobre su trabajo y su vida, tratando de responder a la pregunta ¿qué es un buen mayordomo? De esta forma Stevens relatará sus vivencias como sirviente de Lord Darlington, un caballero influyente y con muchos contactos, que trata de intervenir en la política internacional durante una época tremendamente convulsa: la Segunda Guerra Mundial.
Pero que nadie espere una típica novela de intriga política, porque no la encontrará aquí.
Tampoco es una novela sobre el Holocausto, la II GM y sus consecuencias, pese a que son el telón de fondo y están magníficamente tratados. Y aunque tiene mucha importancia, el tema principal tampoco es la profesión de mayordomo. Lo que tenemos entre manos una novela sobre el sentido de la vida, y la manera de entender los objetivos vitales. Es decir, una historia que invita a reflexionar y que hará que el propio lector se cuestione sobre su propia existencia.
Los personajes están maravillosamente perfilados y construidos. Destaca, como no, el protagonista, Stevens, que hace de narrador. Un narrador que con mucha sutileza se deja en el tintero gran parte de sus emociones, mostrándonos solamente su faceta responsable, especialmente en el entorno laboral. De esta manera, vemos como oculta deliberadamente al lector sus propios sentimientos dando la impresión de ser un ser de hielo, pero al mismo tiempo va dejando las pistas suficientes para que todos sepan que este ejemplo de buen mayordomo en realidad tiene sus debilidades. El personaje de Miss Kenton, el ama de llaves de la casa, sirve perfectamente como contraste entre Stevens y el resto de personas que le rodean. Pero ella también tiene su propia historia, su propia forma de ver el mundo y sus propios sentimientos, chocando muchas veces con el protagonista y surgiendo así una interesante relación que será la que conduzca a Stevens al colofón final de la novela.
Es en este final en el que tanto Stevens como el lector se dan cuenta de la amarga realidad que rodea a Stevens. Ha dejado pasar muchas oportunidades para ser un buen sirviente, y todo ello creyendo que su señor era una persona relevante, con ideas que podrían cambiar el mundo. El lector tendrá que encajar la pregunta sin formular que ronda la cabeza de Stevens: ¿para qué ha servido mi vida?
Pero el autor no solo se conforma con contarnos una historia existencial, sino que además la sitúa (de manera magistral) en una época concreta que servirá para tratar otros temas, como la diferencia de clases o las libertades individuales. Todo ello con un ritmo lento, de esos que te van preparando poco a poco para el cataclismo final, y sin dejar de lado el sentido del humor.
En definitiva: un libro que te hará pensar sobre la vida, con un estilo bellísimo y muy cuidado. Merece muchísimo la pena.
